NEW YORK

/nuˈjɔɹk/
Dicen que New York, o la amas o la detestas. Que no hay término medio, que es todo o nada. Y en esta vida, llevo ya 4 visitas a esa ciudad.
Y no quiero decir nada.
O en realidad, ya estoy diciendo mucho.

 

New York, y no sólo me refiero a la City, sino a lo que puedes encontrar también alrededor, es como un parque de atracciones gigante, en el que te sientes como un pasajero sentado en la parte de atrás de ese Chrysler conducido por Hoke Colburn. O mejor aún, es como estar sentada en esos pequeños asientos de cuero rojo y madera raída, mientras subes y bajas por la montaña rusa más antigua a la que jamás subirás, mientras observas el empezar del Atlántico Norte a lo lejos, escuchando de fondo el ‘Careless Whisper’ de George Michael (mejor no preguntéis). Cyclone. Así se llama esa atracción de Luna Park. ¿Sabéis que si cogéis la línea Q del metro de Brooklyn hacia Coney Island, esa hora y media de trayecto será como estar metida en una película de los años 80? Te sentirás como Swan o como Mercy, pero sin la presión de salvar tu culo de una muerte segura.

 

New York es música.  Mucha música.
New York es arte. Dentro y fuera de sus fachadas.
New York es confusión y ruido constante, como si tus acúfenos se estuvieran alimentando sin cesar.

 

New York es estar en un garito de Brooklyn tomando una cerveza y que entren 3 personas con una caja, un trombón y un megáfono y se marquen un mini concierto entre las mesas, que te deja con los ojos incrédulos. Es entrar en Little Lebowski y que su dependiente te reciba en bata y con su gato en brazos. O cruzar la calle y meterte en Generation Records, y traerte a casa una cantidad ingente de pósters y discos.
Es ver a Muse y Biffy Clyro en el Madison Square. Es ver a Sick Of It All y Suicidal Tendencies en Times Square, o es emocionarte con El fantasma de la Ópera en Broadway. Es ver momias en el Metropolitan y comer japonés en un restaurante clandestino. Es ver frente a ti la fachada del Physical Graffiti de Led Zeppelin, bajar por St. Mark’s Place hasta Tompkins Square Park, donde Lou Reed se inspiró para su canción ‘Hold on’, pasar por la fachada donde Joe Strummer aún sigue vivo, y acabar tomándote una cerveza en el bar de Richard Manitoba.

 

Y si después de esto, me preguntas si volvería a New York, creo que es fácil averiguar la respuesta 🙂